Saturday, August 30, 2008

Luciérnagas

Los cerezos estaban en flor. Sus pétalos caían lentamente a mi alrededor, mecidos por el viento de Mayo. Miré hacia el cielo, donde una luna llena brillaba tranquila. El bosque estaba en silencio, velado por la suave luz nocturna. Continué avanzando, aún rodeado de flores de cerezo. Un pájaro cantó un momento en la copa de algún árbol. Calló enseguida, apenado por romper la paz de aquél lugar. Entonces la vi. Se hallaba de espaldas. Inmóvil. Observaba la luna con su mano derecha apoyada en el tronco de un grueso roble.

Me acerqué en silencio, casi sin respirar. Cuando estuve junto a ella, dejó de observar el disco plateado y me miró un instante. Sus ojos pardos y profundos me envolvieron por completo. Sin decir palabra echó a andar. Permanecí unos momentos sin moverme, observándola alejarse: su kimono blanco reflejaba los destellos lunares, rodeándola de un brillo tenue, casi divino. Su negro cabello, que caía libre sobre sus espaldas, se mecía rítmicamente, siguiendo el compás de su suave caminar.

Cuando su figura ya comenzaba a desaparecer en el claroscuro de la noche, la seguí. Sabía muy bien a donde se dirigía. Caminé tras ella por un largo rato, mientras la bóveda estrellada bailaba por sobre mi cabeza. Al fin llegamos a nuestro destino: una pequeña laguna escondida en lo más profundo del bosque floreciente, sus aguas besadas por la plata celeste. Las luciérnagas danzaban en sus orillas, pequeñas estrellas que visitaban la tierra.

Ella también estaba en la orilla, rodeada de las diminutas luces. Sakura. Mi Sakura. Me aproximé, mientras mi corazón comenzaba a latir fuertemente. Me recibió con una ligera sonrisa. Tomé sus manos entre las mías y las atraje suavemente hacía mí. Las llevé a mi pecho. Sus dedos finos se depositaron sobre la tela de mi kimono negro. Se unieron a mi corazón. Nos miramos unos instantes. De entre su rostro blanco y sus finas facciones, volvieron a atraparme sus ojos infinitos. Entonces el silencio se rompió. Numerosos gritos y voces penetraron el bosque. Mis enemigos me buscaban para tomar mi cabeza.

Busqué instintivamente la empuñadura de mi katana. Ella negó con la cabeza. Recordé y me detuve. Las luciérnagas continuaban volando a nuestro alrededor. Su luz se reflejaba en la laguna dormida y, junto al resplandor de la luna llena, formaba un camino estrellado en su superficie. Nos separamos y volteamos hacia él. Había llegado el momento. Comenzamos a avanzar. Cuando nuestros pies tocaron el agua, nos detuvimos un momento. Las voces se oían más cercanas.

Nos tomamos de la mano. Continuamos nuestro andar a través del camino de agua plateada. Las luciérnagas nos seguían, llenando de destellos el aire. A medida que avanzábamos, nuestros cuerpos fueron fundiéndose con las aguas calmas. Pronto, incluso nuestras cabezas desaparecieron de la superficie. Bajo la laguna el sendero era aún más brillante. Las estrellas nos rodeaban y nos invitaban a unírnosles. Mientras el resplandor nos envolvía por completo, entramos juntos al lugar donde la tierra y el cielo confluyen. Aún tomados de la mano, nuestros cuerpos se desvanecieron en luces multicolores. Mientras en la orilla mis enemigos nos buscaban, nuestras almas ascendieron unidas al firmamento.



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