La noche se agitaba, vigilante y sinuosa, sonora y tenebrosa. Erick Van Saar avanzaba rápidamente a través de ella, mirando hacia todos lados, nervioso, con ojos preocupados y llenos de miedo. Como todas las noches durante ya más de un año, había salido a dar un paseo por las desoladas calles de la ciudad, sin embargo esta vez todo había sido diferente: Desde el momento en que salió de su casa ubicada en el centro de la población, había sentido como si alguien lo observara fijamente, una fría mirada que se clavaba en sus entrañas y lo analizaba y más aún lo amenazaba.
El nerviosismo de Erick había ido aumentado a media que había sentido a la mirada hacerse más y más intensa, hasta que llegó a un punto en que no pudo soportarlo y comenzó a correr. Ahora, avanzaba a toda velocidad por las callejuelas oscuras, tratando desesperadamente de escapar de lo que lo observaba entre las sombras. ¿Por qué alguien deseaba hacerle daño a él que era tan débil e inofensivo?, Van Saar no lo entendía en lo absoluto y sin aminorar su apresurada marcha, se dirigió al único lugar que creía seguro, la única iglesia del lugar.
Las casas oscuras y silenciosas se sucedían unas a otras, ignorantes del peligro que enfrentaba el solitario caminante quien mientras corría no dejaba de voltear hacia atrás, sintiendo siempre aquella gélida mirada, tan terrible y llena de odio. Por fin, la oscura silueta de la iglesia apareció frente a él, grandiosa y protectora. Erick incrementó aún más su velocidad con un atisbo de esperanza en sus ojos, sabía muy bien que si lograba llegar a la parroquia, la oscura mirada, esa maldad velada, dejaría por fin de seguirlo y de atormentarlo. Así, continuó corriendo, atravesando calles y avenidas como un alma en pena furtiva, como un destello brillante en la noche tenebrosa. La mirada lo seguía aún desde lejos mas a Van Saar no le cabía duda que nunca se atrevería a seguirlo al sagrado lugar al que se dirigía.
Cuando, tras su angustiosa carrera, llegó por fin a la puerta de la iglesia, aquello que lo seguía pareció desaparecer por completo en las profundidades de la noche. El agitado hombre se detuvo al fin, aún nervioso, atento a cualquier sonido que pudiera indicar que su misterioso perseguidor aún se encontraba tras él, mas no pudo escuchar nada. Luego de comprobar que el peligro había desaparecido, al menos momentáneamente, Erick se dirigió al negro portón del templo e intento abrirlo pero para su consternación, lo encontró cerrado. ¿Acaso la casa de Dios no debía permanecer siempre abierta para aquellos que lo necesitaran?, se preguntó Van Saar mientras el miedo volvía a renacer en su interior.
Entonces sucedió… A través de las calles empedradas de la ciudad, comenzaron a resonar unos claros pasos, rítmicos y terribles que se acercaban más y más a la trampa mortal en que se había convertido la puerta cerrada de la iglesia. El cuerpo de Erick comenzó a temblar compulsivamente, mientras el terror nublaba su mente y lo asfixiaba al mismo tiempo, llevándolo a un mundo negro y sin sentido, donde sólo la muerte lo aguardaba. Los pasos continuaban acercándose y la mirada oscura apareció nuevamente desgarrando su alma, llena de odio y maldad pura. El hombre lanzó un grito desesperado, clamando por ayuda, luego ya no supo más…
John Drake encendió lentamente un cigarro y comenzó a fumar tranquilamente, a sus pies se hallaba el cuerpo inerte de Erick Van Saar, en cuyos ojos podían verse aún señales de una ira y un miedo que rayaban en la demencia. Un orificio que alcanzaba a verse en su frente, producto de una bala, había sido sin duda la causa de su muerte. Drake, aún con el arma homicida en la mano, lo observaba en silencio mientras la noche se extinguía y las primeras luces del día pintaban toda la escena con un tono rojizo y sangriento.
Luego de un largo rato, el detective de policía suspiró, al fin todo había acabado, el terrible asesino que había asolado la ciudad por más de un año yacía a sus pies, muerto de un certero disparo, producido cuando en su demencia asesina, Erick se había abalanzado sobre el oficial, queriendo acuchillarlo. Drake no había tenido otra opción, Van Saar prácticamente lo había emboscado junto a la puerta de la iglesia, sin darle tiempo de hacer otra cosa que disparar apresuradamente su arma, poniendo así el punto final a la ola de terror que había causado el psicópata.
Esta vez el asesino, apodado por la prensa “carnicero de media noche”, no se había enfrentado a una de sus victimas regulares, caminantes inocentes y desprevenidos que no tenían oportunidad, sino al joven agente que recientemente había asumido su caso. John había logrado hacer, lo que los detectives anteriores asignados a la búsqueda del famoso homicida no pudieron, descubrir su identidad. Por esta razón había seguido a Erick Van Saar esa noche en su “paseo nocturno”, seguro de que se trataba del carnicero y de que esa noche mataría nuevamente. No estaba equivocado.
Mientras amanecía, John Drake escuchó con claridad el sonido de las patrullas de policía que se acercaban al lugar, en su rostro se dibujó una breve sonrisa, sus compañeros llegaban tarde, como era costumbre. Dejando de fumar, miró nuevamente el cuerpo inerte de Erick Van Saar, el carnicero de media noche, en cuya crispada mano se encontraba aún el largo y curvado cuchillo con el que cercenaba a sus victimas.
El nerviosismo de Erick había ido aumentado a media que había sentido a la mirada hacerse más y más intensa, hasta que llegó a un punto en que no pudo soportarlo y comenzó a correr. Ahora, avanzaba a toda velocidad por las callejuelas oscuras, tratando desesperadamente de escapar de lo que lo observaba entre las sombras. ¿Por qué alguien deseaba hacerle daño a él que era tan débil e inofensivo?, Van Saar no lo entendía en lo absoluto y sin aminorar su apresurada marcha, se dirigió al único lugar que creía seguro, la única iglesia del lugar.
Las casas oscuras y silenciosas se sucedían unas a otras, ignorantes del peligro que enfrentaba el solitario caminante quien mientras corría no dejaba de voltear hacia atrás, sintiendo siempre aquella gélida mirada, tan terrible y llena de odio. Por fin, la oscura silueta de la iglesia apareció frente a él, grandiosa y protectora. Erick incrementó aún más su velocidad con un atisbo de esperanza en sus ojos, sabía muy bien que si lograba llegar a la parroquia, la oscura mirada, esa maldad velada, dejaría por fin de seguirlo y de atormentarlo. Así, continuó corriendo, atravesando calles y avenidas como un alma en pena furtiva, como un destello brillante en la noche tenebrosa. La mirada lo seguía aún desde lejos mas a Van Saar no le cabía duda que nunca se atrevería a seguirlo al sagrado lugar al que se dirigía.
Cuando, tras su angustiosa carrera, llegó por fin a la puerta de la iglesia, aquello que lo seguía pareció desaparecer por completo en las profundidades de la noche. El agitado hombre se detuvo al fin, aún nervioso, atento a cualquier sonido que pudiera indicar que su misterioso perseguidor aún se encontraba tras él, mas no pudo escuchar nada. Luego de comprobar que el peligro había desaparecido, al menos momentáneamente, Erick se dirigió al negro portón del templo e intento abrirlo pero para su consternación, lo encontró cerrado. ¿Acaso la casa de Dios no debía permanecer siempre abierta para aquellos que lo necesitaran?, se preguntó Van Saar mientras el miedo volvía a renacer en su interior.
Entonces sucedió… A través de las calles empedradas de la ciudad, comenzaron a resonar unos claros pasos, rítmicos y terribles que se acercaban más y más a la trampa mortal en que se había convertido la puerta cerrada de la iglesia. El cuerpo de Erick comenzó a temblar compulsivamente, mientras el terror nublaba su mente y lo asfixiaba al mismo tiempo, llevándolo a un mundo negro y sin sentido, donde sólo la muerte lo aguardaba. Los pasos continuaban acercándose y la mirada oscura apareció nuevamente desgarrando su alma, llena de odio y maldad pura. El hombre lanzó un grito desesperado, clamando por ayuda, luego ya no supo más…
John Drake encendió lentamente un cigarro y comenzó a fumar tranquilamente, a sus pies se hallaba el cuerpo inerte de Erick Van Saar, en cuyos ojos podían verse aún señales de una ira y un miedo que rayaban en la demencia. Un orificio que alcanzaba a verse en su frente, producto de una bala, había sido sin duda la causa de su muerte. Drake, aún con el arma homicida en la mano, lo observaba en silencio mientras la noche se extinguía y las primeras luces del día pintaban toda la escena con un tono rojizo y sangriento.
Luego de un largo rato, el detective de policía suspiró, al fin todo había acabado, el terrible asesino que había asolado la ciudad por más de un año yacía a sus pies, muerto de un certero disparo, producido cuando en su demencia asesina, Erick se había abalanzado sobre el oficial, queriendo acuchillarlo. Drake no había tenido otra opción, Van Saar prácticamente lo había emboscado junto a la puerta de la iglesia, sin darle tiempo de hacer otra cosa que disparar apresuradamente su arma, poniendo así el punto final a la ola de terror que había causado el psicópata.
Esta vez el asesino, apodado por la prensa “carnicero de media noche”, no se había enfrentado a una de sus victimas regulares, caminantes inocentes y desprevenidos que no tenían oportunidad, sino al joven agente que recientemente había asumido su caso. John había logrado hacer, lo que los detectives anteriores asignados a la búsqueda del famoso homicida no pudieron, descubrir su identidad. Por esta razón había seguido a Erick Van Saar esa noche en su “paseo nocturno”, seguro de que se trataba del carnicero y de que esa noche mataría nuevamente. No estaba equivocado.
Mientras amanecía, John Drake escuchó con claridad el sonido de las patrullas de policía que se acercaban al lugar, en su rostro se dibujó una breve sonrisa, sus compañeros llegaban tarde, como era costumbre. Dejando de fumar, miró nuevamente el cuerpo inerte de Erick Van Saar, el carnicero de media noche, en cuya crispada mano se encontraba aún el largo y curvado cuchillo con el que cercenaba a sus victimas.
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